Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
- No, mi Niño. No, no hay quien
de mis brazos te desuna.
Y rayos tibios de luna
entre las pajas de miel
le acariciaban la piel
sin despertarle. Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel.
¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel
te saludó: -Ave, María?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.
A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa.
A ti, ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.
Primera Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
"El Consejo en pleno se
levantó y llevaron a Jesús ante Pilato. Allí empezaron con sus acusaciones:
«Hemos comprobado que este hombre es un agitador. Se opone a que se paguen los
impuestos al César y pretende ser el rey enviado por Dios.»" (Lc 23,
1-2)
Jesús sentenciado a muerte.
No bastan sudor, desvelo,
cáliz, corona, flagelo,
todo un pueblo a escarnecerte.
Condenan tu cuerpo inerte,
manso Jesús de mi olvido,
a que, abierto y exprimido,
derrame toda su esencia.
Y a tan cobarde sentencia
prestas en silencio oído.
Y soy yo mismo quien dicto
esa sentencia villana.
De mis propios labios mana
ese negro veredicto.
Yo me declaro convicto.
Yo te negué con Simón.
Te vendí y te hice traición
con Pilatos y con Judas.
Y aún mis culpas desanudas
y me brindas el perdón.
Segunda Estación: JESÚS CARGA CON LA CRUZ
"Así fue como se llevaron
a Jesús. Cargando con su propia cruz, salió de la ciudad hacia el lugar llamado
Calvario (o de la Calavera), que en hebreo se dice Gólgota." (Jn
19, 17)
Jerusalén arde en fiestas.
Qué tremenda diversión
ver al justo de Sión
cargar con la cruz a cuestas.
Sus espaldas curva, prestas
a tan sobrehumano exceso,
y, olvidándose del peso
que sobre su hombro gravita,
con caridad infinita
imprime en la cruz un beso.
Tú el suplicio y yo el regalo.
Yo la gloria y Tú la afrenta
abrazado a la violenta
carga de una cruz de palo.
Y así, sin un intervalo,
sin una pausa siquiera,
tal vivo mi vida entera
que por mí te has alistado
voluntario abanderado
de esa maciza bandera.
Tercera Estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
"Luego Jesús llamó a sus discípulos y a toda
la gente y les dijo: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su
cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que
sacrifique su vida (por mí y) por el Evangelio, la salvará." (Mt 16,
24-25)
A tan bárbara congoja
y pesadumbre declinas,
y tus rodillas divinas
se hincan en la tierra roja.
Y no hay nadie que te acoja.
En vano un auxilio imploras.
Vibra en ráfagas sonoras
el látigo del blasfemo.
Y en un esfuerzo supremo
lentamente te incorporas.
Como el Cordero que viera
Juan, el dulce evangelista,
así estás ante mi vista
tendido con tu bandera.
Tu mansedumbre a una fiera
venciera y humillaría.
Ya el Cordero se ofrecía
por el mundo y sus pecados.
Con mis pies atropellados
como a un estorbo le hería.
Cuarta Estación: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU
MADRE:
"También estaban allí, observándolo todo, algunas
mujeres que desde Galilea habían seguido a Jesús para servirlo." (Mt
27, 55)
Se ha abierto paso en las filas
una doliente Mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón.
Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas.
¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.
Quinta Estación: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
"Cuando lo llevaban, encontraron a un tal Simón de
Cirene que volvía del campo, y le cargaron con la cruz para que la llevara
detrás de Jesús." (Lc 23,26)
Ya no es posible que siga
Jesús el arduo sendero.
Le rinde el plúmbeo madero.
Le acongoja la fatiga.
Mas la muchedumbre obliga
a que prosiga el cortejo.
Dure hasta el fin el festejo.
Y la muerte se detiene
ante Simón de Cirene,
que acude tardo y perplejo.
Pudiendo, Jesús, morir,
¿por qué apoyo solicitas?
Sin duda es que necesitas
vivir aún para sufrir.
Yo también quise vivir,
vivir siempre, vivir fuerte.
Y grité: -Aléjate, muerte.
Ven Tú, Jesús cireneo.
Ayúdame, que en ti creo
y aún es tiempo de ofenderte.
Sexta Estación: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO
DE JESÚS
"Muchos quedaron
espantados al verlo, pues estaba tan desfigurado, que ya no parecía
un ser humano. Despreciado por los hombres y marginado, hombre de
dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que
se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de
él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran
nuestros dolores los que le pesaban." (Is 52, 14; 53, 3-42)
Fluye sangre de tus sienes
hasta cegarte los ojos.
Cubierto de hilillos rojos
el morado rostro tienes.
Y al contemplar cómo vienes
una mujer se atraviesa,
te enjuga el rostro y te besa.
La llamaban la Verónica.
Y exacta tu faz agónica
en el lienzo queda impresa.
Si a imagen y semejanza
tuya, Señor, nos hiciste,
de tu imagen me reviste
firme a olvido y a mudanza.
Será mayor mi confianza
si en mi alma dejas la huella
de tu boca que nos sella
blancas promesas de paz,
de tu dolorida faz,
de tu mirada de estrella.
Séptima Estación: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
"... eran nuestras faltas
por las que era destruido; nuestros pecados, por los que era
aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas
hemos sido sanados". (Is 53, 5)
Largo es el camino y lento
y el Cireneo se rinde.
Él se ha trazado una linde
en su oscuro pensamiento.
Mientras disputa violento,
deja que la cruz se hunda
total, maciza, profunda,
sobre aquel único hombro.
Y como un humano escombro
cae Jesús por vez segunda.
¿Otra vez, Señor, en tierra,
abrazado a tu estandarte?
Ese insistente postrarte
¿qué oculto sentido encierra?
Mas ya te entiendo. En la guerra
por ti luchando, transido
caeré en tierra y malherido,
¿y no he de alzarme ya más?
Yo sé que Tú me darás
la mano si te la pido.
Octava Estación: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE
JERUSALÉN
"Lo seguía muchísima
gente, especialmente mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí. Llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros
hijos." (Lc 23, 27-28)
Qué vivo dolor aflige
a estas mujeres piadosas,
madres, hermanas, esposas,
sin culpa del «crucifige».
Jesús a ellas se dirige.
Sus palabras, oídlas bien.
-Hijas de Jerusalén.
Llorad vuestro llanto, sí,
por vosotras, no por mí.
Por vuestros hijos también.
Por nosotros mismos, cierto.
Pero ¿quién por ti no llora?
Haz que llore hora tras hora
por mí tibio y por ti yerto.
Riégame este estéril huerto.
Quiébrame esta torva frente.
Ábreme una vena ardiente
de dulce y amargo llanto,
y espanta de mí este espanto
de hallar cegada mi fuente.
Novena Estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
"Felices los que son
perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los
Cielos." (Mt 5, 10)
Ya caíste una, dos veces.
La rota túnica pisas
y aún entre mofas y risas
tendido a mis pies te ofreces.
Yo no sé a quién me pareces,
a quién me aludes así.
No sé qué haces junto a mí,
derribado con tu leño.
Yo no sé si ha sido un sueño
o si es verdad que te vi.
Y yo caigo una, dos, tres,
y otra vez más, y otra, y tantas.
Siempre tus espaldas santas
me sirvieron de pavés.
Ahora siento bien cuál es
la razón de tus caídas.
Sí. Porque nuestras vencidas
almas no te tengan miedo
caes, oh humilde remedo,
y a abrazarte las convidas.
Décima Estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
"Después de clavar
a Jesús en la cruz, los soldados tomaron sus vestidos y los dividieron en
cuatro partes, una para cada uno de ellos. En cuanto a la túnica, tejida de una
sola pieza de arriba abajo sin costura alguna, se dijeron:«No la rompamos,
echémosla más bien a suertes, a ver a quién le toca.» Así se cumplió la
Escritura que dice: Se repartieron mi ropa y echaron a suertes mi túnica.
Esto es lo que hicieron los soldados." (Jn 19, 23-24)
Ya desnudan al que viste
a las rosas y a los lirios.
Martirio entre los martirios
y entre las tristezas triste.
Qué sonrojo te reviste,
cómo tu rostro demudas
ante aquellas manos crudas
que te arrancan los vestidos
de sangre y sudor teñidos
sobre tus carnes desnudas.
Bella lección de pudores
la que en este trance dictas,
tus candideces invictas
coloridas de rubores.
Tú, que has teñido las flores
de tintas tan sonrosadas,
que en las castas alboradas
las nubes vistes de oro,
ay, devuélveme el tesoro
de mis flores marchitadas.
Undécima Estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
"Al llegar al lugar llamado de la Calavera, lo
crucificaron allí, y con él a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su
izquierda." (Lc 23, 33)
Por fin en la cruz te acuestas.
Te abren una y otra mano,
un pie y otro soberano,
y a todo, manso, te prestas.
Luego entre Dimas y Gestas,
desencajado por crueles
distensiones de cordeles,
te clavan crucificado
y te punzan el costado
y te refrescan de hieles.
Y que esto llegue es preciso
y así todo se consuma,
y, a la carga que te abruma,
el cuello inclinas sumiso.
-Conmigo en el paraíso
serás hoy- al buen ladrón
prometes. Tierna lección
la de tus palabras ciertas.
Toma mis manos abiertas.
Toma mis pies: tuyos son.
Duodécima Estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
"Desde el mediodía
hasta las tres de la tarde todo el país se cubrió de tinieblas. A eso de las
tres, Jesús gritó con fuerza: Elí, Elí, lamá sabactani, que quiere decir: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Pero nuevamente Jesús dio un fuerte
grito y entregó su espíritu." (Mt 27, 45-46.50)
Al pie de la cruz María
llora con la Magdalena,
y aquel a quien en la Cena
sobre todos prefería.
Ya palmo a palmo se enfría
el dócil torso entreabierto.
Ya pende el cadáver yerto
como de la rama el fruto.
Cúbrete, cielo, de luto
porque ya la Vida ha muerto.
Profundo misterio. El Hijo
del Hombre, el que era la Luz
y la Vida muere en cruz,
en una cruz crucifijo.
Ya desde ahora te elijo
mi modelo en el estrecho
tránsito. Baja a mi lecho
el día que yo me muera,
y que mis manos de cera
te estrechen sobre mi pecho.
Decimotercera Estación: JESÚS ES BAJADO DE LA
CRUZ Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
"Cerca de la cruz de Jesús
estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás, y María
de Magdala." (Jn 19,25)
He aquí helados, cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, Madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
¿Quién fue el escultor que pudo
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.
Decimocuarta Estación: JESÚS ES SEPULTADO
"Estaban tan asustadas que no se atrevían a
levantar los ojos del suelo. Pero ellos les dijeron: «¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive?.No está aquí. Resucitó.
Acordaos de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea." (Lc
24, 5-6)
Fue un José el primer varón
que a Jesús tomó en sus brazos,
y otro José en tiernos lazos
le estrecha de compasión.
Con grave, infinita unción
el sagrado cuerpo baja
y en un lienzo le amortaja.
Luego le da sepultura
y una piedra en la abertura
de la roca viva encaja.
Como póstuma jornada
de tu vía de amargura,
admiro en la sepultura
tu heroica carne sellada.
Señor, ya no queda nada
por hacer. Señor, permite
que humildemente te imite,
que contigo viva y muera,
y en luz no perecedera,
que como Tú resucite.
Decimoquinta Estación: JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS
MUERTOS
¿Es de ingrávido sueño,
aire o magia refleja
este resplandor súbito,
esta erguida presencia?
Todo en torno se afirma,
se deslumbra, se ciega.
La piedra es más que nunca
piedra, gozosa piedra;
la humana piel confusa
de oscuros centinelas,
tañida del prodigio,
centellea evidencias,
y el alba, el alba tímida
tan mojada y tan tierna,
confirma de rubores
su inocencia perfecta.
Otra vez sobre el mundo
la Verdad se hace cierta,
cierta con certidumbre
transverberada, céntrica.
No el aire, no, ni el sueño
ni la magia espejean
este cuerpo armonioso
que fulgura y destella.
Las brisas le acarician,
la tierra le sustenta
y la luz que de él mana
le ciñe y le modela.
Pudiendo ser más leve
que plumas o humaredas,
humana, humildemente
pisa la hierba, y pesa,
y al goce del suavísimo
tacto, contacto, prenda,
invita -ábranse flores-
a las yemas incrédulas.
Resurrección. Oh gloria
taladrada y tan nuestra,
tan de hueso y de carne
firme, caliente, fresca.
Por Ti, Jesús, tan nuevo
hoy con tus cinco estrellas
que en cifra dibujada
tu caridad constelan,
por Ti, Señor, devuelto
a la luz que te estrecha,
al amor que te ciñe,
al aura que te besa,
por ti, todo nos canta,
oh divina certeza
para después del tiempo,
quieta ya primavera.