domingo, 6 de marzo de 2011
La mujer con la que comí
A finales de febrero, compartí mesa y mantel con un grupo de amigos, ellos y ellas. Inmediatamente me llamó la atención una desconocida. Me la presentaron. La saludé, y me quedé con el nombre, pero no hubo ocasión de charlar.
Sucede a veces, que algo te llama la atención, y te da ocasión de conocer mejor a las personas y sus circunstancias. Más o menos jóvenes, todos nosotros éramos trabajadores.
Me sorprendió comprobar que sostuviera en sus rodillas un muñeco de los que algunas veces he visto por el parque, en brazos o en el carrito de una niña. Se parecen mucho a un pequeño bebé. Me extrañó, pero imaginé que sería el de su hija, que se habría quedado en la habitación del hotel. No le di más importancia.
Sin embargo aquella mujer tenía algo, que no podía entender. Era bastante joven, bien parecida, pero sus ojos eran tristes. La vida me ha enseñado que la única forma de saber es preguntar. Y eso hice. Al terminar la comida, decidí invitarla a tomar un café.
Había abortado, y estaba pasándolo muy mal. Me relató las circunstancias personales que la llevaron hasta la clínica, y lo que allí sucedió que la marcaría para siempre. Cuando se recurre al aborto, comentaba, se hace en un estado de crisis emocional muy profundo, porque se siente sola, abandonada, incapaz de ver un futuro para sí misma y para su hijo. Se reprochaba no haber puesto los medios para no quedar embarazada, pero la negrura era total, y estuvo al borde mismo de la locura.
Ahora es tal el vacío que siente y la desesperación de haber acabado con su hijo, que nadie puede imaginar semejante tormento. Le parece como si escuchara la voz de su hijo, preguntándole ¿por qué?
En pleno “síndrome post aborto” ante semejante irreparable pérdida, dice que es un dolor que ni se cura, ni se alivia, y casi ni puede conciliar el sueño. Es un dolor con desgarro de entrañas, con vació interior físico. No es un dolor físico, es el corazón y el alma. Es como un grito, el grito de su hijo que quería vivir, y no puede encontrar su rostro, porque no lo tuvo, no se lo dejaron ver. Nada le alivia. Llora, pero las lágrimas no son un desahogo.
Le gustaría que le impusieran un castigo, por ese homicidio premeditado, con la atenuante de desamparo o de locura. Cumpliría el castigo, y mil más. Le mintieron diciéndole que no era nada y terminaría en un momento. Nadie le avisó de que su aborto tendría semejantes consecuencias. Se lo arrancaron y la echaron a la calle.
Hablaba a borbotones, como quien tiene necesidad de respirar porque se ahoga.
Se va abriendo a los amigos. Busca el perdón. El perdón de Dios y de su hijo. Está dispuesta a dar su vida a los demás. Está dispuesta a contar su experiencia en colegios y universidades, en la televisión, en la radio o donde sea, con tal de ser útil a otras mujeres. Está siguiendo un programa con psicólogos y amigos que la ayudan. Alguien le habló del perdón y de la misericordia. Desde que se lo contó a una amiga, intentan demostrarle afecto para que se recupere y se va encontrando con gente maravillosa.
No sé si alguien me puede ayudar. Rezo y le digo muchas veces a Dios: perdóname, no sabía lo que hacía. Quiero que mi hijo me perdone. Le daría mi vida. No me importaría morir con tal de que el viviera. Un hijo es lo más grande y hermoso de la vida.
Me gustaría encontrar algún día un poco de paz.
Abrió el bolso y sacó un papel escrito. Me lo entregó, diciendo: hasta ahora ese texto es el que me ha hecho más bien y me ha dado más sosiego. Era un texto de Juan Pablo II a las mujeres que han abortado. (Me dijo que tenía otro en la mesilla de noche). “La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida”.
He pensado, que su testimonio podía ser un homenaje a la mujer el día 8 de marzo. Una fecha en que solo se la recuerda como trabajadora. Pero es mucho más, sin duda.
Tal vez el cielo ese día quiso enviarle un beso.
PUBLICADO EN EL HERALDO DEL HENARES[06-03-11 21:19] - La mujer con la que comí; LA ESFERA DIGITAL, Blog A FAVOR DE LOS VALIENTES, 07-03-2011:EL DIA,08-03-2010;Bitácora de BELMONTE CiViCaLa mujer con la que comí Enviado por BELMONTE el Mar, 08/Mar/2011 .
Triste y dolorosa realidad de miles de mujeres que se les destroza el corazón cuando se encuentran con la cruda realidad después de abortar, mientras el lobby progre y feminista se frota las manos por tan sangriento y satánico negocio.
ResponderEliminarAnimo a todas esas mujeres a unirse y a denunciar en voz alta la miseria que esconde el aborto, así podrán ayudar a otras mujeres, que se plantean quitar la vida al pequeño e indefenso Ser Humano que llevan en su vientre, a no hacerlo.
Es verdad, amigo. Mientras no llamemos a las cosas por su nombre, será dificil parar el engaño. Mientras se llame "salud sexual" al aborto libre,se podrá seguir matando a seres inocentes. Y mientras se pueda hacer eso, miles de mujeres, antes o después, se enfrentarán sin ayuda, a ese tormento.
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