viernes, 30 de septiembre de 2011

Los más débiles: un valor absoluto


La vida puede sentirse, pero es inmaterial. Vivimos rodeados de relojes para “saber la hora”, para “no llegar tarde”. Pero la vida no necesita relojes. Nadie nos ha enseñado a vivir libres, sin la “amenaza del tiempo”. Solo los niños viven ajenos a la tiranía de los relojes. Confundimos vida con años y con tiempo. El alma, como los niños son ajenos al tiempo. Pero se olvida fácilmente el alma, porque no se ve. Sólo vemos el cuerpo, sólo el cuerpo nos preocupa; su alimento, su belleza o deterioro. Nos preocupan las arrugas, consecuencia de la edad y la edad misma. Y sin embargo la energía, el impulso vital y la vitalidad son algo mucho más profundo, más íntimo.
El alma de una persona de 75 años, la del enfermo, el alma de alguien que tiene 24, la de una niña de 15 y la que tiene un feto de 3 meses, es igual de joven. ¡Igual de joven! Y el ser humano es un todo, cuerpo y alma. Dicen los sabios que el alma es eterna. Es una chispa de Dios – o como usted lo llame-. Una chispa de la infinita Energía, de la suprema Belleza, del Bien infinito y del Amor. El alma no tiene edad. Somos parte de la conciencia universal. Nos trasformamos y evolucionamos hacia mayores niveles de conciencia, pero nunca vamos a dejar de existir. Los relojes, que marcan las horas y los días, son mecanismos engañosos.
Somos caminantes. Vamos hacia otro nivel. Humanos, pero divinos. Lo afirman las religiones, grandes filósofos y psiquiatras, pero también la Física Quántica. No sólo el alma, también el pensamiento y también la materia participan en el proceso de evolución, como dijo Teilhard de Chardin. Disponemos de un tiempo ilimitado: la eternidad. Ahí radica la fuente de la alegría, de la esperanza, porque ese don no se agota en un momento, ni al fin de la jornada, y nos espera al abrir los ojos cada día. Todos estamos llamados a colaborar unos con otros y ayudar a los más débiles. La relación con ellos nos ayuda a crecer. Nuestro tiempo, nuestro trabajo y nuestro desarrollo es “ahora”. Tenemos potencial para crecer siempre. Nuestro momento siempre es presente. El presente tiene un valor infinito. Nuestra vida cabe en un minuto, y 100 años no la agotan, ni en mil. Pasado y futuro se viven en el presente eterno. Descubrir eso es descubrir el verdadero valor del ser humano.
Depende de la intensidad con que se viva, claro. Un minuto puede ser infinito, o durar simplemente sesenta segundos intranscendentes. La intención y la perspectiva son absolutas o relativas. “Cuando una pareja de enamorados se sientan juntos en el césped durante una hora, les parece un minuto. Pero si se sientan en un horno caliente durante un minuto les parecerá más de una hora. Eso es la relatividad (A. Einstein).
“En nuestra vida no hay un día sin importancia”, dijo A. Woollcott, ni personas con las que convivimos que no haya que tener en cuenta. Hacer leyes que apoyen la vida, favorezcan el desarrollo integral, la paz, la bondad, la empatía, el desarrollo de la inteligencia, la salud y las emociones que nos conducen al bienestar y la felicidad, eso es trabajar por el bien común.
Ignorar la parte del espíritu sería volcarse únicamente en la materia. En lo material. Perdidos los valores, los mismos mecanismos decisorios de las instituciones políticas y sociales pueden “recortar derechos fundamentales” por razones “partidistas”, “ideológicas”, “sectarias” o simplemente “inhumanas”. Las razones económicas, siempre serán “interesadas” si no tienen en cuenta el bien común o van contra los seres más desfavorecidos. Lo cierto es que ellos, los desfavorecidos, son las víctimas de todas las crisis y los paganos de la mayoría de las injusticias sociales.
Eso puede terminar en violencia. De hecho estamos asistiendo a una epidemia de violencia. Enrique Rojas, hablando de "una sociedad enfermna" dice: "para evitar esta ola ded violencia y suicidios sugiero... Primero, luchar por tener una personalidad bien estructurada, en donde los distintos ingredientes se conjuguen de forma armónica. Segundo, tener un proyecto de vida".
Recortar el derecho a la vida o las prestaciones fundamentales, aunque sea de forma temporal, lleva a la descomposición de la sociedad, en cualquier país. Tenemos tiempo para rectificar. Pero el reloj juega contra nosotros. Por eso: “Que la civilización pueda sobrevivir o no… depende de lo que queramos las personas” (B.Rusell).

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