sábado, 2 de marzo de 2019

Mora, una más de la familia, se ha ido.


            Este año ha sido febrero un mes extrañamente seco y duro, aquí en la Alcarria. Ayer hubiéramos querido que lloviera, cuando despedimos a Mora. Nuestras lágrimas, -las mías y de todos-, habrían sido lágrimas en la lluvia.                                                     
           El dolor no puede ocultarse, ni taparse. Aunque nada estaba previsto, cuando llegó el momento de su partida era ya muy tarde. Estábamos todos. La noche cubrió a todos con el manto de su sombra y aprovechó para llevársela. No fue magia, sino un momento que marcará para siempre un antes y un después, para Mora y para todos.          
          Ahora solo tenemos el inmenso vacío de su ausencia. Se hace cada vez más grande, a medida que descubrimos, en cada rincón, en cada estancia, en todo lo que tocaba, ahora todo es vacío, porque lo llenaba todo. Tenemos un corazón lleno de huecos que van dejando los seres que nos dieron todo lo mejor, que eran uno de los nuestros y ya no están aquí. Esos huecos, los dejan unas veces las personas, otras los animales. Siempre el amor de unos y otros.                         
            Mora, nuestra preciosa Yorkshire, estuvo resistiendo entre idas, venidas, estancias en la clínica, inyecciones, antibióticos, y mimos, casi 10  días. Javier y Eva,  amigos inseparables de ella y con quienes se entendía y jugaba, habían ido a pasar unos días de descanso a Cantabria.                                                               
            Dicen los entendidos, que cuando alguien se encuentra en trance de partir, suelen esperar hasta que llegue el ser querido, para despedirse.  Mora, ¿les estuvo esperando? ¡Sin duda!                                                                        
          Cuando volvieron los viajeros, aunque tenía en su vena la "vía" y vendajes, al oírlos, saltó y sacó todas sus fuerzas para ir a recibirlos. Se sentaron junto a ella y ya no se separaron hasta el final. Un lametazo de agradecimiento era toda su respuesta, cuando intentaban darle algo en su mano.                                                                             
         La alegría y la emoción, tal vez sin querer, complicaron sus constantes vitales. No se puede querer más a alguien de familia que lo que nosotros la queríamos. Para que nos sintiera, formamos una piña junto a ella, y le trasmitimos la fuerza del cariño para ganar la batalla o para perderla, -porque nadie sabemos si la vida es batalla, y lo que creemos ganar es pérdida o la pérdida  ganancia-.                                 
          Lo cierto es que esa donación conjunta de afecto era al mismo tiempo, desapego total, para no interferir en su camino. La verdad es que ¡te queremos, preciosa! ¡Nos has hecho muy felices! ¡Gracias por todo! Estés donde estés siempre estaremos contigo y ¡volveremos a encontrarnos! Estamos aquí para recordar lo que somos, y tú has sido una gran maestra, con tu naturalidad, tu bondad, alegría, ganas de vivir y de jugar, nos has enseñado que nosotros no podemos ser distintos.                                                     
        Teníamos que asumir que ya nos había dado todo.  No será fácil entenderlo. Nos parecerá imposible poder vivir sin ella. Al dejarla que se fuera, empezaba una nueva etapa para ella, pero sobre todo, para nosotros.                                        
       Nosotros, tendríamos que aprender a vivir sin ella, sin su mirada siempre atenta que controlaba todo sin moverse, sin esa muestra de atención cuando le hablábamos, su desbordantes recibimientos de alegría cuando llegábamos a casa -aunque estuviéramos ausentes poco tiempo-, sin su inteligente expresión de fidelidad y de bondad, siempre humilde y dulce, o callada y comunicativa. Agradecía los regalos, con un ritual especial, oliéndolos y desenvolviéndolos hasta descubrirlos, y distinguiendo por el olfato o el sonido cada juguete. Siempre dispuesta a brindar a cada uno aprecio y paz, cuando escuchaba alguna discusión.                                
      - Alguien rompió el silencio: "es el mejor regalo que le podéis hacer a Mora".
      - "Ella ha sido el gran regalo a esta familia".
      - "Era, una más. La más pequeña. La última en llegar que se ha adueñado de la casa y el corazón".
       - Algo nuestro también se va con ella.
                                                                            - ¡Se fue!, dirás.                             
         Al día siguiente de su partida, fue el 25 de febrero, todo el vacío y la ausencia se nos venía encima al llegar a casa. Ella no estaba. A cualquier lugar que se dirigiera nuestra mirada, encontraba, sus cucos, sus fotos, todo nos recordaba, en silencio, su presencia. De forma muy viva sentíamos el frío de su ausencia.                                         
        Y, como es natural, ese recuerdo nos hacia hablar de ella continuamente, como si fuera aparecer en cualquier lugar, en cualquier momento. ¿Se había ido? Su ausencia, ahora, lo llena todo.                        
        La muerte no es el final. Es más, la muerte no existe. Solo hay vida, antes y después del paso por la tierra. Tiene que haber un cielo para quien no hizo en su vida más que hacernos felices, a todos y cada uno de nosotros desde que llegó. No podemos entender el paraíso sin los animales. Ellos nos lo han acercado aquí, mientras vivieron. Seguro que si, como alguien dijo, "el alma simple de la bestia es pura", tienen que estar allí. No puede ser de otra manera. En la vida de un niño, de una familia, si tiene cerca un perro, siempre hay un más allá.                    
       Si, por ejemplo, los perros son los ojos de los ciegos, los rescatadores en la nieve, en los tsunamis, en los terremotos, el motor de los trineos, la muestra de los cazadores, la ayuda de los pastores, la compañía de la familia, los defensores de los hogares y el juguete de los niños, ¿cómo podrían quedar sin recompensa? La vida con ellos tiene magia. De ahí la tristeza.                                                                          
      Aunque, "esencialmente, la idea de morir es algo que siempre se nos ha enseñado a aceptar, pero en realidad solo existe en nuestras mentes. Creemos en la muerte porque nos asociamos con nuestro cuerpo y sabemos que los cuerpos físicos mueren", según el científico norteamericano Robert Lanza. Pero la vida, está en el cuerpo, en el hombre, y en los animales, pero  traspasa los límites físicos y espaciotemporales (The Independent).                                 
     También nos ha enseñado a  no minusvalorar la vida y el destino de los animales. También eso ha ido calando en nuestra mente. Se les ha tratado, como bestias, -sin pasado ni futuro-, sin sentimientos y como si pudiéramos utilizarlos para capricho y antojo. Olvidamos, que nosotros también somos "animales". El animal más peligroso de la naturaleza.
https://youtu.be/E_cyY1Wpb-U
          Por ignorancia o por concepciones mentales o creencias hasta hace muy poco, no se aceptaba que los llamados animales tuvieran "alma", (y aún en muchos lugares siguen pensando así).                               
         Tienen alma y sienten, esperan de nosotros los humanos, que vayamos más allá del respeto para verlos con un poco de amor. Si pudieran manifestar lo que sienten, para que lo entendiéramos, los animales indefensos mirando a nuestros ojos podríamos escuchar: "Dice de ti: es un ser humano. Dicen de mí: es un animal. No se han dado cuenta que nuestra diferencia es algo muy simple... Tú piensas que me quieres y, yo, te quiero sin pensar".

       Solo quieren vivir, alimentarse, que se les quiera y no se les maltrate y una muerte digna. Como cualquier humano.

       Y...aún pensamos que los animales ni tienen derechos, ni pueden sobrevivir, cuando su cuerpo muere. Si la vida, después de la muerte, continúa en otra dimensión, ¿qué derecho tenemos para negarles esa otra vida,  o el paraíso, que solemos llamar cielo?

      Pero hace ya muchos siglos, Anubis, el dios egipcio, introductor del más allá, aparece siempre con cabeza de perro, da la bienvenida a los humanos, pesa los corazones, y es el Señor de las dos Tierras, El Señor de Nubia.

      Aquí junto al Henares, aunque sentimos su vacío, agradecemos a Mora lo que de ella nos queda, que es mucho más que el vacío
, porque lo llena totalmente su recuerdo. Este pequeño río, El Henares, -casi desconocido-, paradójicamente también es "El río que nos lleva" y se las lleva. Acaba de llevarse a Mora, antes se llevó a Sombra, y anteriormente a su madre, la primera de todas, Nuba.  ¿Habrán salido a su encuentro? El río de la vida, ¿termina en distinto mar, si lleva humanos o perros? ¿Las habremos perdido para siempre?

       No hay casualidades, pero algunas coincidencias, producen escalofrío e invitan a pensar. Cuando estaba terminando este escrito del duelo, me llega por el Whatsapp de una persona amiga, que ni sabe ni se imagina que Mora se haya ido, un texto de Kafka y La muñeca viajera que dice textualmente: "cada cosa que amas es muy probable que la pierdas, pero al final el amor,  volverá de una forma diferente".

         José Manuel Belmonte


PUIBLICADO EN
ESPERANDO LA LUZ  02-03-2019
http://belmontajo.blogspot.com/2019/03/mora-una-mas-de-la-familia-se-ha-ido.html
EL HERALDO DEL HENARES  03-03-2029
https://www.elheraldodelhenares.com/op/mora-una-mas-de-la-familia-se-ha-ido/

8 comentarios:

  1. Querido amigo, leer este homenaje a Mora, ha abierto heridas al sentir mías tus palabras, cuesta olvidar los, porque son especiales. Mucho ánimo, aunque yo, que te voy a decir, si aún lloro ausencias

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    1. Buenas noches:
      Gracias por estar ahí, por haber vivido momentos parecidos porque una mascota, es un animal que se integra en la familia, se alegra cuando llegas y cuando ellos se van, duele y se siente su ausencia.
      Un fuerte abrazo a ti y a Emilio.

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  2. Querido José Manuel! Preciosos sentimientos que acabas de plasmar al recordar a Mora, todo mi cariño y ánimo para todos vosotros.
    Me quedo con esta frase que me parece muy importante: "... pero al final el amor, volverá de una forma diferente".
    Un abrazo enorme para cada uno de vuestra familia.
    Maranita PF.

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  3. Gracias Marinita:
    Sí, posiblemente esa frase lo resume todo, y a ella nos agarramos, por ellos y por nosotros. Porque creemos que ellos se van, pero no dejan de vivir, porque la vida no muere; y por nosotros, porque algún día, sabremos que nos precedieron para aguardarnos al otro lado de la puerta, más allá del arco iris. Será un rencuentro, impresionante y tal vez eterno.
    Otro abrazo para ti,
    José Manuel

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  4. ¿ Qué te voy a contar, J. Manuel?, después de irse "Duna" (caniche), que nos pareció una pérdida irreparable, se llevaron a Eloy, nuestro único varón, con veinte años. Te puedo asegurar, que aunque con tintes de similitud, no son magnitudes ni hechos comparables; sé que no te servirá de consuelo, pero al menos te hará meditar sobre un dolor "diferente". No puedo negarle a Mora su derecho (ganado) al Cielo. Un abrazo.

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  5. Hola Eloy:
    Sí, amigo, son diferentes. Pero duelen. Y, si no te parece una barbaridad o un absurdo,te diré que me alegro de que duelan, porque han sido, y son vida.
    No comparo dolores, porque tampoco son comparables las alegrías. Pero unas y otras,(dolores y alegrías) son reales, porque fueron.
    Es verdad que no he perdido a un hijo. Pero puedo afirmar, que mi mujer, mi hijo y su novia, y yo mismo, tenemos el sentimiento de que se ha ido "una más de la familia".
    Del más allá sabemos poco. Pero sabemos que somos seres vivos, que el cuerpo nuestro y el cuerpo de los animales, tiene fecha de caducidad y se quedará aquí, pero la vida pasa a otra dimensión, la de los animales y la nuestra. ¿Por qué no vamos a "Volverlos a ver"?
    Eloy, tu hijo en plenitud, y Duna, cuando llegue el momento, te (os) harán un buen recibimiento, como te (os) merecéis.
    Un fuerte abrazo,
    José Manuel.

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  6. Te entiendo perfectamente, yo sufrí la pérdida de mi Thor hace unos meses. Yo al igual que tú tengo la certeza de que voy a volverlo a ver, creo fírmemente que la muerte es simplemente un tránsito y todos aquellos con quien hayamos estado unidos por el sentimiento del amor vamos a volver a estar juntos. Por otro lado no hay amores mayores o menores sino amores diferentes y cuando nos faltan nos duelen, a mí me duele mi padre que faltó, y me duele mi Thor que también se fue, jamás me daría por compararlos, simplemente duelen y mucho. Un dolor que no desaparece sino que se asume y que se va sumando a tantos otros que se van marchando al otro lado. Mi Thor es uno más porque era y siempre será parte de mi familia.
    SAludos.

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    1. El hecho de haber pasado por experiencias similares, creo Manuela, que puede ayudar a comprender tanto el cariño como la ausencia, cuando nos faltan.
      En la familia y en la vida hay amores diferentes, pero no dejan de ser amores y profundos. Por eso dejan huella, cada uno a su manera, y se sienten. ¡Por supuesto! Pero hasta ahora no se ha inventado nada para cuantificar ni el dolor ni la pena. En la medida que se va asumiendo e interiorizando o personalizando el amor, seremos capaces de ir aceptando el vacío que su pérdida nos deja!
      Me alegra coincidir contigo en esto, y también en la esperanza del reencuentro, aunque en el caso de los animales, muchas personas no suelen expresarlo públicamente. Tal vez por temor a que les llamen "locos" ya que no es un sentimiento común y no hay textos que hablen de ello. Pero también es verdad que hasta hace poco, ni siquiera los científicos concedían que los animales tuvieran alma y sentimientos.
      ¡Ojalá llegue el día que vuelvas a ver a tu Thor! Lo digo con la misma rotundidad que deseo y deseamos ver a Mora.
      Un abrazo,
      José Manuel.

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