Está el mundo tan revuelto y la
sociedad tan éticamente desnortada, que no sabemos siquiera si lo que vemos o
se empeñan en hacernos creer, es real. Que cada uno sea libre y viva.
La experiencia enseña que, en la
vida personal, no todo es lineal, ni uniforme ni monocolor. Hace un siglo, los
pensadores también se preguntaban si lo imposible sucede ante los ojos. Sería
bueno ir asumiendo lo que en cada momento sucede y nos puede cambiar.
Hoy parece que todo es relativo,
como la edad, la salud, la política, la nacionalidad, las creencias y, hasta el
sexo de las personas. En un instante, todo puede cambiar.
Hemos asumido que ni el dinero,
ni el poder, ni la fama son la llave de la vida. Conocí a alguien triunfador
ante quien se abrían las puertas del futuro con contratos millonarios. Al volver a casa con su coche, la lluvia le provocó
“un derrape” que dejó a esa persona tetrapléjica, en silla de ruedas y hasta
el fin de sus días en un Centro de Atención a Minusválidos Físicos (CAMF).
He escuchado a un eminente
cardiólogo decir públicamente y ante los padres de un hijo mayor de edad: “este
niño nació muerto”. Cada uno conoce
algún instante que lo cambia todo.
Al poner de relieve la grandeza
de la obra científica y humanística de Alexis Carrel, dije que: “dos
personas al borde de la muerte, marcaron su vida”. El fallecimiento del
presidente de Francia, en 1894, cuando Carrel tenía 21 años, al inicio de su
carrera de Medicina en Lyon, hizo que se decantara por la Investigación en suturar
y trasplantar. Le concedieron el Nobel.
(http://belmontajo.blogspot.com/2023/03/un-investigador-apasionado-alexis-carrel.html)
La otra persona, que influyó en
la vida de Carrel fue Marie Bailly, más conocida como Marie Ferrand, con la que coincidió en un viaje a Lourdes.
El 16 de abril de 1879 la joven Bernardette
Soubirous había muerto. Había asegurado haber visto a la Virgen, a la
Inmaculada Concepción en la gruta de Masse-Vieille en las afueras de Lourdes.
La gruta se había convertido desde entonces en un centro mundial de
peregrinaciones.
El Dr. Carrel estaba intrigado
por lo que se decía de las curaciones de Lourdes. Estaba dispuesto a investigar
por sí mismo lo que pudiera haber de cierto en ellas. Había manifestado, a
los médicos de su entorno y a personas que organizaban esos viajes, su deseo de
acudir a Lourdes, “pensando que comprobaría personalmente la falsedad de los
supuestos milagros”.
Como hombre de ciencia e
investigador, era agnóstico o tenía una actitud según la cual todo que
trasciende nuestra experiencia, es inaccesible a la comprensión humana. En 1902
el médico tiene 29 años y ya está graduado. “A finales de mayo un compañero
le pide que ocupe su lugar en un tren que se desplaza a Lourdes con enfermos.
Carrel, aunque incrédulo, tenía cierta curiosidad por el fenómeno Lourdes, y
acepta el viaje”.
“La locomotora silbó”
Así comienza el viaje y así comienza
el libro que escribió sobre el viaje. El tren salió de Lyon el día 25 de
mayo de 1902. El viaje era relativamente largo. Para algunos enfermos
una eternidad, para otros, un instante hacia la curación. El libro vería la luz
bastante tiempo después. Un resumen de su libro fue publicado en el número del
mes de diciembre de 1950, de la Revista “Selecciones del Reader’s Digest” en la
que se dice: “El Dr. Carrel parte para Lourdes …”
En ese libro están los
interrogantes, las vivencias profundas, las experiencias únicas y también las
dudas, y lo que pudo ver en ese viaje.
Pasada la primera noche de
camino, Carrel encontró en el tren al Abate Olivier, Subdirector de la Peregrinación,
quien le dijo: “Va ahí una joven a quien me han recomendado cuidar
especialmente, agradecería a usted mucho que se encargara de ella. Está tan débil
que temo un desastre”. Unos días
antes de la peregrinación se había pensado en operarla, pero el cirujano Jefe pensó
que el estado de la joven era demasiado delicado y se resolvió avisar a la
familia que el caso era desesperado.
Le presentaron a una enferma
agonizante, que se llamaba Marie Bailly. “Sufro mucho, le dijo, pero me alegro de
haber venido. Las Hermanas no querían darme permiso.” Después de haberle
auscultado, dijo Carrel al Abate Olivier: “No da muchas esperanzas el estado
de su enferma”. No entendía cómo habían consentido su desplazamiento. Las
normas prohibían llevar a enfermos moribundos en los trenes. Según sus notas
que Carrel tenía de los enfermos, estaba diagnosticada de peritonitis
tuberculosa en estado terminal. En aquellos años la enfermedad era mortal. Al
parecer la paciente se había mostrado tan decidida a hacer el viaje a Lourdes,
que al fin la habían aceptado.
(https://www.researchgate.net/publication/280091849_Alexis_Carrel_1873-1944_La_incognita_de_un_Nobel).
A las dos de la madrugada, un cuidador
del vagón en que iba la enferma avisó a Carrel. El médico tuvo que administrarle
un calmante con morfina. Dijo a los
cuidadores que tal vez no llegaría con vida a Lourdes.
La llegada a Lourdes se produjo a
eso de las dos de la tarde. Cuando, finalmente el tren se detuvo poco antes de
entrar en la estación de Lourdes, las ventanillas se llenaron de cabezas
pálidas, pero el brillo de sus ojos contenía la esperanza de que allí podían terminar
sus males.
Una vez que los peregrinos
quedaron instalados en el Hospital de Nuestra Señora, en
Lourdes, el doctor Boissarie propuso a Carrel volver a visitar a la enferma: “Ven
a verla conmigo». Marie Bailly, con las costillas marcadas en la piel
y el vientre hinchado… se encontraba en el último grado de la caquexia, por la
gran delgadez. El corazón latía sin orden. El color de la cara y de los dedos
indicaban que podía vivir unos días, pero estaba sentenciada. La muerte está
muy cerca. Carrel dijo “si un caso como este se curara sería realmente un
milagro”.
Una cuidadora preguntó si podían llevar
a Marie a una de las piscinas, donde se sumerge a los enfermos. Carrel le responde:
«Y si muere en el camino, ¿Qué hará usted?».
- La enfermera replico: “No lo
sé Doctor, pero es que ella está decidida a hacerse bañar; para eso hizo
este viaje tan largo”.
Estaba también presente, una
monja que había venido con los peregrinos y dijo: “sería cruel privarla de
la felicidad suprema de llevarla a la gruta, aunque bien me temo que no alcance
a llegar viva”.
– Carrel las tranquilizó: “En todo caso yo estaré
en las piscinas. Si entra en coma, llámenme”.
Entre los voluntarios Carrel distinguió
a un antiguo condiscípulo, Antonin Duval, que se había apuntado como camillero.
Como aún había tiempo para llevar a los enfermos a las piscinas, invitó a Duval
a un café, mientras charlaban. Duval era católico y estaba contento; acababa de
escribir a su mujer, y esperaban un niño.
Cuando Carrel le insinuó que estaba
muy escéptico, Duval le dijo: “tú no crees porque estás convencido de que
los milagros son imposibles. Con todo, está enteramente en el poder de Dios
suspender las Leyes de la naturaleza, que Él mismo ha puesto”.
- “Si Dios existe, respondió
Carrel, los milagros son posibles. Pero ¿Existe Dios objetivamente?
¿Cómo lo sabemos? Lo único que yo sé es que no hay milagro alguno que se haya
observado científicamente. Para el entendimiento científico el milagro es un
absurdo.”
Duval que le conocía, añadió “¿Qué
clase de enfermedad desearías tú ver curada para convencerte de que sí ocurren
milagros?”
-Carrel le dijo: “Tendría
que ver curada una enfermedad orgánica: la reproducción de una pierna después
de amputada; la desaparición de un cáncer; una dislocación congénita
desaparecida súbitamente; pero hay muy pocas posibilidades de que tal cosa suceda.
Te aseguro que, si en verdad una herida se cierra y sana ante mi vista, o me
convierto en un creyente fanático, o me vuelvo loco”.
Como la distancia desde el
Hospital a la Gruta, era de unos 400m, llevaron a Marie a la gruta, en la cama,
casi moribunda. Nadie había autorizado la inmersión en la piscina. En la Gruta,
fue Marie, quien rogó que le echaran un poco de agua de Lourdes sobre su
vientre. Vertieron amablemente 3 jarras.
«La mirada del Médico se fijó en
Marie Ferrand. Le pareció que su aspecto había cambiado. Los reflejos
lívidos de su cara habían desaparecido y presentaba menos palidez. Estoy
alucinado -dijo para sí-; tal vez sería necesario tomar nota»
Sin perderla de vista ni un momento
el Dr. Carrel comprueba que, en pocos minutos la joven mejora. Fue conducida a la
oficina médica, donde fue reconocida por 3 médicos. En media hora el alivio
fue progresivo. Quedó perplejo y recordó sus propias palabras: «Si
celle-là guérissait, ce serait vraiment un miracle” (Si ella se curase, sería
verdaderamente un milagro). Lo imposible sucedía ante sus ojos y bajo sus
dedos de médico. Preguntó a Marie: «¿Cómo se encuentra usted?”.
- “Muy bien; no con muchas
fuerzas, pero siento que estoy curada”.
Carrel se puso pálido, no por la
respuesta de la enferma, sino porque la frazada que cubría el cuerpo, iba
aplanándose lentamente. Cuando la campana de la basílica dio las 3 de la
tarde, María Ferrand estaba curada. No se notaba nada de distensión en su
abdomen. Carrel profundamente desconcertado, era incapaz de analizar y asumir
lo que presenciaba. De pie junto a la enferma observaba fascinado los
movimientos respiratorios y las pulsaciones en la región del cuello. El ritmo
era regular. El estado de María Ferrand había mejorado tanto que casi estaba
irreconocible.
La enfermera que atendía a María
Ferrand, trajo una taza de leche para ella. La apuró totalmente. A los pocos
minutos levantó la cabeza, volvió a mirar a su alrededor, movió un poco las
piernas y en seguida se volvió sobre un lado sin dar muestras del menor dolor.
Hacia las 4 de la tarde el Dr. Carrel
se fue a su hotel decidido a abstenerse de sacar ninguna conclusión, hasta que
pudiera descubrir con toda exactitud qué era lo que había sucedido.
A las 7,30, expectante y lleno de
curiosidad, volvió al Hospital. Se acercó a la cama de la joven y se quedó
contemplándola. La mejoría era desconcertante. María Ferrand estaba sentada
en la cama con una chaqueta blanca. Aunque seguía demacrada, asomaba en
su cara un destello de vida; los ojos le brillaban y un débil color le apuntaba
en las mejillas. Fue ella quien rompió el silencio y dijo: “Doctor,
estoy completamente curada, me siento muy débil, pero creo que podría caminar”.
Carrel tomó su mano para
observar el pulso… ahora era regular. También la respiración era
completamente normal. Una gran confusión invadía el ánimo del médico.
Mil preguntas asaltaban su
imaginación. ¿Era esa una curación real o de resultado de autosugestión? ¿Se
trataba de un hecho nuevo, un suceso pasmoso, o un milagro? Por un momento
vaciló antes de someter a María Ferrand a la prueba suprema. Apartó a un lado
la frazada de ropa que la cubría, para examinarla. La piel aparecía lisa y
blanca. Sobre las angostas caderas se extendía el pequeño abdomen ligeramente
cóncavo de una niña desnutrida. Suavemente el médico recorrió con las manos la
pared abdominal para palpar huellas de la distensión y de las masas duras que
había encontrado anteriormente. ¡Todo había desaparecido!
Gotas de sudor corrían por la
frente del médico. Sintió como si le hubieran dado un golpe en la cabeza. El
corazón empezó a palpitarle, pero se mantuvo con voluntad férrea en su
determinación inicial. Como los Doctores Journet y Gouyot, habían llegado a la
habitación y estaban a su lado cerca de la enferma, les dijo: “Parece estar
curada; no encuentro nada anormal, sírvanse ustedes examinarla”. Mientras
los dos colegas palpaban cuidadosamente el abdomen de María Ferrand, el Dr.
Gouyot, dijo: “No encuentro nada, la respiración es regular, ya está buena;
se puede levantar”. El Doctor Journet,
profundamente conmovido, añadió: “Está curada. No tiene explicación esta curación”.
Carrel pensativo, salió para la gruta poco
tiempo después. ¿Cómo iba a explicar la curación? No podía negar que era
penosamente desagradable verse envuelto en ese milagro. La mayoría de los
médicos se mostrarían tan celosos de su prestigio, que aun cuando hubieran
venido a Lourdes y visto lo que allí pasaba, no se atreverían a admitirlo. Temían
que, si mostraban algún interés por lo sucedido, se les tuviera por fanáticos, o
por tontos.
Carrel era demasiado orgulloso
para evadirse de responsabilidades. Absorto en sus meditaciones determinó
seguir adelante costara lo que costara. Como no conocía las pruebas de la
existencia de Dios, dudaba de ellas, pero se imponía su razón que de ninguna
manera podría negar lo sucedido. Se maravillaba al pensar cómo los grandes investigadores,
como Pasteur, habían podido conciliar su fe con la Ciencia. Llegó a pensar que
tal vez la Religión y la Ciencia tenían cada una su sistema especial y se dio
cuenta de que no es la Ciencia la que alimenta la vida íntima del hombre, sino que
es la fe del alma quien la anima.
Se sentó en una silla en la parte
posterior del templo, cerca de un viejo campesino y… ahí permaneció largo
tiempo inmóvil con las manos en la cara. En un momento, sin darse cuenta, empezó a
rezar. “Señor, creo en Ti. Respondiste a mi súplica con un milagro
resplandeciente. Todavía estoy ciego, todavía dudo. Pero el gran deseo de mi
vida es creer, creer apasionadamente… Bajo la honda prevención de mi orgullo
intelectual persiste un oculto anhelo; ¡Ay! Todavía no es más que un sueño,
pero el más encantador de todos. Es el sueño de creer en ti y el de amarte con
el espíritu resplandeciente de los hombres de Dios”.
No hay constancia de cuándo
regresó a su habitación. Escribió, poco después, que la serenidad de la
naturaleza le invadía dulcemente y sintió calma en el alma. Se desvanecieron
todas sus preocupaciones de la vida diaria, y todas sus dudas intelectuales.
Creyó tener ya una certidumbre y le pareció sentir la paz maravillosa que desterró
hasta la última amenaza de las impertinentes dudas. En la inefable belleza del
amanecer, el sueño le venció.
(http://www.ajm.org.ar/biblioteca/AlexisCarrel-AlexisCarrelysuconversionenLourdes.pdf.pdf)
De ese acontecimiento el Dr. Carrel
hizo dos relatos; 1), esencialmente médico, que destinó al director de
constataciones médicas de Lourdes, para el Dr. Boissasrie, en el que incluye el
informe médico de Marie Bailly; el 2), más personal e íntimo, no se publicó más
que a título póstumo. "No encuentro ninguna oposición real con
los datos ciertos de la ciencia", volvió a repetir para sí mismo. Tan
milagrosa como la curación de Marie Bailly, fue la conversión que
se había producido Lerrac.
A parte de la enferma, el otro
protagonista de la historia era él, Carrel. No deseaba que trascendiera. Lo que
a él concernía lo escribió en tercera persona y autodenominándose Dr.
Lerrac (su apellido al revés). Por eso, he titulado este escrito: De
Carrel a Lerrac: un misterio.
Cuando al día siguiente Carrel
visita a la joven Marie Bailly ya estaba vestida y simplemente la preguntó “¿qué
vas a hacer ahora?”
- “Entraré en las Hermanas de
la Caridad para pasar el resto de mi vida atendiendo a enfermos”.
En diciembre de ese mismo año
ingresó en las Hermanas de la Caridad. No hay datos de enfermedad física ni
mental. Vivió 35 más, hasta 1937 en que falleció a los 58 años
Del viaje a Lourdes 1902 al
viaje de vuelta a la realidad.
La experiencia interior que
sacudió a Carrel en los siguientes cinco días fue descrita por él de manera
novelada en un manuscrito que se publicó en 1948, cuatro años después de su
muerte, ocurrida en noviembre de 1944, bajo el título: Voyage de Lourdes, suivi de Fragments de Journal et Méditations (1949).
Aunque desconcertado y atónito,
informó de forma precisa de sus observaciones a la comunidad médica en Lyon.
Sea como fuere algo llegó muy pronto al público. Como Lerrac temía, se
ganó la enemistad tanto del clero francés como de los miembros de la Facultad
de Medicina de Lyon. Fue atacado por el clero, que lo consideró demasiado
escéptico, y por sus propios colegas médicos, que lo consideraron
demasiado crédulo y «místico».
El caso de Marie Bailly no está reconocido
como milagro entre los 67 reconocidos por la Iglesia entre las 6.800
curaciones extraordinarias ocurridas en Lourdes.
Aunque reconoció públicamente que
se había convertido eso no suponía un menoscabo en su trabajo científico. Pero
entró en una etapa de incomprensión y de sufrimiento. La noticia recorrió Francia como la pólvora y
el tono anticlerical de la comunidad científica de su país hizo que Alexis
Carrel fuera despreciado y denigrado. En Francia le fue imposible encontrar
trabajo.
La noticia de aquella curación se
extendió por Francia entera por el hecho de que el Dr. Carrel había estado
presente. Entre unos y otros le amargaron tanto que frustrado y molesto, salió
huyendo de Francia en mayo de 1904. Se dirigió en primer término a Canadá.
Desde allí se le abrieron
las puertas de Estados Unidos y sus principales universidades. Aunque se la
ofrecieron no aceptó otra nacionalidad que la suya. Fue laureado allí con el Premio Nobel en Medicina y Fisiología en 1912.
Todos los años regresaba a
Francia, pero además no dejaba de acudir al Santuario de Lourdes. En 1910 un
niño de 18 meses recupera la vista a pesar de ser ciego de nacimiento.
Después de la curación el niño estaba en brazos por una cooperante voluntaria que
cuidaba a los enfermos. La voluntaria
que tenía el niño en brazos se llamaba Anne Marie Laure Gourlez de la Motte,
una católica practicante. Tenía un hijo de su matrimonio y había enviudado
hacía un año.
Carrel la abordó intentando
obtener información del niño que había recuperado la vista y tratando de
obtener datos sobre los hechos milagrosos que se producían en Lourdes.
En 1913 Alexis y Anne Marie, sellaron una
profunda amistad. Después de varios encuentros donde ambos incrementaron su
afecto mutuo que desembocó en el matrimonio que se celebró el 26 de
diciembre de 1913 en la Bretaña.
Anne Marie quedó embarazada pero
su estado de gestación no le permitió tener el hijo. Nació muerto tras sufrir
en el embarazo una reacción anafiláctica por una picadura de avispa. No tuvieron
más hijos.
De ayer a hoy, un legado profundo.
Siguen teniendo toda su vigencia
las palabras de Alexis Carrel, el gran humanista. Nunca negó la verdad de lo
vivido, pero tampoco lo llama milagro.
Para él los hombres no tienen
únicamente actividades fisiológicas e intelectuales que le distinguen de todos
los demás animales, tienen también sentido moral, que es más impresionante que
la belleza de la Naturaleza y que es la base de la civilización. La actividad espiritual
o sentido religioso, es una de las actividades humanas más esenciales.
(Tumba de su esposa Anne Marie Laure Gourlez de la Motte.)
Piensa que la oración, no como
una formulación mecánica, sino como entrega mística a la divinidad «puede hacer
que se produzca un extraño fenómeno “el milagro”. El 25 de marzo de escribía: “A
la mística cristiana hay que darle la armadura de la ciencia del hombre”. Pero,
“La ciencia no servirá para nada, si la sociedad degenera. La desintegración
social se produce a causa del hábito de la envidia, la calumnia, la mentira, la
falta de honradez, la rapacidad, la incapacidad de mantener la palabra dada, la
maldad, el espíritu de crítica, la ironía, la burla, la ingratitud, la
grosería, y el egoísmo”.
El doctor Carrel falleció en
París en noviembre de 1944. Según explicó el sacerdote que lo atendió en los últimos
momentos, se confesó, comulgó, recibió la Unción de Enfermos y
dijo: «Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia Católica quiere que
creamos y para ello no experimento dificultad alguna, porque no hallo nada que
esté en oposición real con los datos ciertos de la ciencia.»
La gran paradoja de un
investigador y humanista tan profundo, precursor de los grandes inventos del
siglo pasado en cirugía vascular y trasplantes, y el galardonado investigador, testigo
de una curación que no pudo explicar, fue borrado de las calles y plazas de la patria
que tanto amó.
Se puede aprender mucho de un buscador
del misterio entre la ciencia y la fe, de su duda y de quien muchos interesados no comprendieron
o no quisieron entender.
José Manuel Belmonte.
PUBLICADO EN
ESPERANDO LA LUZ 18-03-2023
http://belmontajo.blogspot.com/2023/03/de-carrel-lerrac-un-misterio.html
EL HERALDO DEL HENARES 119-3-2023
https://www.elheraldodelhenares.com/op/de-carrel-a-lerrac-un-misterio/