Ese viajero incansable, con quien hice “DOS AÑOS DE CAMINO”, le costó un esfuerzo sobrehumano subir el último peldaño, pero ... ya está arriba. Tuvo que afilar el alma como un junco. Su cuerpo al fin era ligero como el aire. Sacó todas las fuerzas que dormían en su pecho, las fuerzas del misterio y del cariño. También las del silencio.
Celebró las bodas de plata de su matrimonio, hace un mes, en el octavo cielo del hospital, junto a su esposa. Ese día le había tocado la a luz de la ventana. Pero ni siquiera el día de su aniversario tuvo habitación para el solo. Había un compañero de habitación junto a la puerta. Hacía un año que había iniciado el único tratamiento, que a juicio de los entendidos, es el único existente en España y capaz de retrasar el avance de la enfermedad. Tal vez era un poco tarde. No pudo brindar con el champán que los amigos le trajeron, porque ni agua podía ya tomar más que por suero. No le quedaban fuerzas para apagar las velas porque tenía el oxigeno. Ni siquiera pudo ver las rojas flores que en un jarrón adornaba su mesilla. Hace ya muchos que sus ojos solo miraban hacia dentro. Nada distinguía de luz ni de color. Llevaba muchos años en el túnel.
Solo el calor del beso de su esposa Gloria le devolvió la sonrisa y la fuerza. Durante los veinticinco años de matrimonio, ese amor, era todo para él. Es verdad que fue mutuo y recíproco. Cuando el amor es total, no hay mayor donación. El abismo de la reciprocidad del cariño de Paco y de Gloria era la fuerza mutua para luchar diariamente, continuamente, interrumpidamente, durante tantos años. Uno luchaba, con la casa, con los bancos, con los recibos, con la comida, con los viajes, con las medicinas, con el trabajo, y con el aseo, y la limpieza, y con los médicos. Esa era Gloria. Desde antes del amanecer tenía fuerza para dejarlo levantado y preparado para que cuando ella salía para ir a trabar comenzara él su diaria lucha.
Y él luchaba con la atasia, una modalidad de la esclerosis múltiple degenerativa. Siempre con esperanza, siempre con alegría, con humor. Luchó como un valiente, primero contra una enfermedad que le descubrían a los dos años de casarse, y que le apartaba de su trabajo, de sus expectativas, y del castillo de ilusiones que se habían forjado. Luego contra el equilibrio para andar, hasta que tuvo que quedara en silla de ruedas. Después con la vista, hasta que se quedo ciego. Con el habla hasta que ya no pudo hablar. Con las flemas,- el mayor tormento-. Con la comida, hasta que ya no podía comer y tuvieron que ponerle la sonda directamente al estómago. Pero bajaba a rehabilitación, se machacaba. Salía de casa, viajaban. Iban de veraneo. Al teatro, a los toros, a oír música en directo, a la playa, a la montaña, hasta el último año.
Últimamente le costaba superar los días. Apenas salía de urgencias para subir a la octava planta. Allí se eternizó, y nunca mejor dicho. Allí lucharon juntos más de seis meses, con los médicos y las enfermeras, contra la Dama Negra. Gloria había tenido que pedir excedencia en el trabajo.
“La muerte vencida se refugia en el círculo estrecho del minuto presente”, decía García Lorca. Pero cuando se refugia ahí es muy peligroso. El minuto presente es el único que nos pertenece., y al llevárselo... nos lleva.
Paco, el incansable, el admirable luchador, el amigo...ha subido al piso de arriba. Ya está en paz. Ya se ha reunido con su hijo. Desde allí le dice a los suyos, que no se ha ido muy lejos. Que en ese horizonte cercano y sin horas, y sin sombras, sigue estando presente. Más que antes. También en la fuerza y la lucha. También en la huella del tacto. También en el rescoldo del corazón y de la mente, allí donde se guardan los mejores recuerdos. Y desde ahí, quiere decirle a los “sevillanos”, que cumplieron su sueño de subir a la Giralda, que ha podido ver el hermoso paisaje que se puede divisar desde lo alto: Es como estar cerca del cielo. José Manuel Belmonte: Autor del libro “Dos años de camino con Paco”
Celebró las bodas de plata de su matrimonio, hace un mes, en el octavo cielo del hospital, junto a su esposa. Ese día le había tocado la a luz de la ventana. Pero ni siquiera el día de su aniversario tuvo habitación para el solo. Había un compañero de habitación junto a la puerta. Hacía un año que había iniciado el único tratamiento, que a juicio de los entendidos, es el único existente en España y capaz de retrasar el avance de la enfermedad. Tal vez era un poco tarde. No pudo brindar con el champán que los amigos le trajeron, porque ni agua podía ya tomar más que por suero. No le quedaban fuerzas para apagar las velas porque tenía el oxigeno. Ni siquiera pudo ver las rojas flores que en un jarrón adornaba su mesilla. Hace ya muchos que sus ojos solo miraban hacia dentro. Nada distinguía de luz ni de color. Llevaba muchos años en el túnel.
Solo el calor del beso de su esposa Gloria le devolvió la sonrisa y la fuerza. Durante los veinticinco años de matrimonio, ese amor, era todo para él. Es verdad que fue mutuo y recíproco. Cuando el amor es total, no hay mayor donación. El abismo de la reciprocidad del cariño de Paco y de Gloria era la fuerza mutua para luchar diariamente, continuamente, interrumpidamente, durante tantos años. Uno luchaba, con la casa, con los bancos, con los recibos, con la comida, con los viajes, con las medicinas, con el trabajo, y con el aseo, y la limpieza, y con los médicos. Esa era Gloria. Desde antes del amanecer tenía fuerza para dejarlo levantado y preparado para que cuando ella salía para ir a trabar comenzara él su diaria lucha.
Y él luchaba con la atasia, una modalidad de la esclerosis múltiple degenerativa. Siempre con esperanza, siempre con alegría, con humor. Luchó como un valiente, primero contra una enfermedad que le descubrían a los dos años de casarse, y que le apartaba de su trabajo, de sus expectativas, y del castillo de ilusiones que se habían forjado. Luego contra el equilibrio para andar, hasta que tuvo que quedara en silla de ruedas. Después con la vista, hasta que se quedo ciego. Con el habla hasta que ya no pudo hablar. Con las flemas,- el mayor tormento-. Con la comida, hasta que ya no podía comer y tuvieron que ponerle la sonda directamente al estómago. Pero bajaba a rehabilitación, se machacaba. Salía de casa, viajaban. Iban de veraneo. Al teatro, a los toros, a oír música en directo, a la playa, a la montaña, hasta el último año.
Últimamente le costaba superar los días. Apenas salía de urgencias para subir a la octava planta. Allí se eternizó, y nunca mejor dicho. Allí lucharon juntos más de seis meses, con los médicos y las enfermeras, contra la Dama Negra. Gloria había tenido que pedir excedencia en el trabajo.
“La muerte vencida se refugia en el círculo estrecho del minuto presente”, decía García Lorca. Pero cuando se refugia ahí es muy peligroso. El minuto presente es el único que nos pertenece., y al llevárselo... nos lleva.
Paco, el incansable, el admirable luchador, el amigo...ha subido al piso de arriba. Ya está en paz. Ya se ha reunido con su hijo. Desde allí le dice a los suyos, que no se ha ido muy lejos. Que en ese horizonte cercano y sin horas, y sin sombras, sigue estando presente. Más que antes. También en la fuerza y la lucha. También en la huella del tacto. También en el rescoldo del corazón y de la mente, allí donde se guardan los mejores recuerdos. Y desde ahí, quiere decirle a los “sevillanos”, que cumplieron su sueño de subir a la Giralda, que ha podido ver el hermoso paisaje que se puede divisar desde lo alto: Es como estar cerca del cielo. José Manuel Belmonte: Autor del libro “Dos años de camino con Paco”
PUBLICADO en GUADAQUE? el 20 de abril de 2009, LA TRIBUNA el 21 de abril de 2009, NUEVA ALCARRIA, el 24de abril de 2009, y NOTICIAS el 24 de abril de 2009
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